Rompiendo el ciclo Ataque-Defensa
Muchas veces llegan parejas a mi consultorio con una actitud de derrota. Ya no saben qué más hacer ni cómo mejorar su conexión. Curiosamente, no suelen discutir por asuntos dramáticos: ni por dinero, ni por infidelidad, ni siquiera por la crianza de los hijos. A veces, la gota que derrama el vaso es algo tan simple como los platos sucios en la cocina.
Pero cuando se sientan frente a mí, la pelea ya no tiene nada que ver con los platos. Uno de ellos se siente poco apreciado; el otro, ignorado. Y cuanto más hablan, más se ven atrapados en lo que llamamos el ciclo de ataque-defensa. Uno critica, el otro se defiende, y ambos terminan heridos y más distantes que antes.
Las parejas rara vez discuten por algo tan simple como los platos. En realidad, pelean por la forma en que discuten y por anhelos y miedos subyacentes a lo que es aparente. En la terapia, mi trabajo consiste en mostrarles que, pase lo que pase, una discusión siempre implica una elección. Debajo de la pelea aparente, siempre hay algo más profundo que descubrir y trabajar.
Por qué comienzan las discusiones
Cuando las personas arremeten contra sus parejas, rara vez es porque quieran causar daño. Más a menudo, es porque el dolor ya está presente, oculto bajo la superficie.
En una sesión, un hombre me dijo con orgullo que había empezado a enfrentar a su pareja diciéndole: «No puedes hablarme así». Él lo veía como un progreso: al fin establecía límites, al fin se protegía a sí mismo.
Pero cuando su pareja escuchó esas palabras, no se sintió segura. Se sintió acusada, etiquetada y traicionada. Lo que él interpretaba como fortaleza, ella lo percibió como rechazo. Y en lugar de resolver el problema, aquello desencadenó una de las peleas más intensas que habían tenido.
Esa es la trampa del ciclo de ataque-defensa: ambos intentan sobrevivir al momento, pero esa “supervivencia” a menudo se traduce en golpear más fuerte o en levantar un muro más alto.
El papel de la confianza
Detrás de casi todas las discusiones intensas que he presenciado se esconde una misma verdad frágil: la falta de confianza y seguridad emocional en la relación.
Cuando la confianza se tambalea, la vulnerabilidad parece imposible. En lugar de decir «Me da miedo que no te importe», decimos «Eres muy flojo». En vez de pedir «¿Puedes calmarme un poco?», gritamos «Nunca escuchas».
Es más fácil acusar que arriesgarse al rechazo. Pero los ataques generan defensa, y la defensa hace que la relación se sienta aún menos segura. Y así, una y otra vez, en un círculo vicioso.
¿Qué sucede cuando respondemos diferente?
Aquí es donde las cosas cambian. Imaginemos la misma frase: «Nunca ayudas en casa». En lugar de responder con agresividad, la otra persona respira profundo y dice: «Tienes razón, últimamente no he hecho mucho».
No es una derrota, es un reconocimiento. Y en ese pequeño instante, la energía cambia. El fuego pierde oxígeno. La pareja puede empezar a hablar del problema real en lugar de lanzarse reproches.
He visto el alivio en los rostros de las personas cuando, por fin, se sienten escuchadas, aunque las palabras de su pareja no sean perfectas. La mayoría de nosotros no buscamos una disculpa impecable, sino la certeza de que la persona que amamos nos entiende.
Pasar de los ataques a la curiosidad
A quienes tienden a entrar con agresividad, les animo a detenerse un momento y recordar: esta persona se preocupa por mí.
En lugar de atacar, prueben con la curiosidad:
«Últimamente me siento muy abrumado, ¿cómo lo ves tú?».
Quizá no suene tan liberador como descargar la frustración, pero la curiosidad abre espacio para el diálogo. Es una invitación en lugar de un golpe. Y en las relaciones, las invitaciones llegan mucho más lejos que los ataques.
Escuchar para comprender, en lugar de escuchar para ganar, es un cambio profundo que puede ayudarte a sentirte más conectado con tu pareja.
Las buenas noticias
Lo mejor de romper el ciclo de ataque-defensa es que no hacen falta dos personas perfectas. Basta con que una decida actuar distinto: suavizar un ataque, resistirse a responder a la defensiva o elegir la curiosidad en lugar de la crítica.
Con el tiempo, esos pequeños cambios construyen confianza. Y la confianza es lo que permite a las parejas discutir sin destruirse mutuamente en el proceso.
Reflexiones finales
Cuando las parejas me dicen que se sienten estancadas, discutiendo siempre por lo mismo, les recuerdo que no se trata de los platos, ni de las tareas del hogar, ni siquiera de las palabras dichas en un arranque de ira. Se trata del patrón que hay debajo.
Si logran cambiar la forma en que discuten, pueden transformar por completo la dinámica de su relación. Y si sienten que romper ese ciclo solos es imposible, no hay vergüenza en pedir ayuda. Para eso está la terapia: para convertir las discusiones en conversaciones y las conversaciones en conexión.
Porque, al final, no se trata de discutir menos, sino de discutir de otra manera: de una forma que acerque, en lugar de alejar.